La escritora de comedias
Obra ganadora del Concurso de textos teatrales
del Teatro del Notariado 2012.
Nominada a los premios Florencio en las categorías: Dirección de comedia, Espectáculo de comedia, Mejor vestuario y mejor actriz Jimena Vázquez.
Ficha Técnica
Texto y dirección: Jimena Márquez
Actrices: Angie Oña
Jimena Vázquez
Vestuario y escenografía: Paula Villalba
Iluminación: Martín Blanchet
Producción: Carolina Escajal
Reseña:
Una consagrada escritora de comedias, en su intento por analizar todos los
mecanismos que producen la risa, perdió el don de reír y ya nada le hace
gracia. Aislada y hastiada de la vida y sin comprender de qué se ríe la gente
analiza su drama. En un intento desesperado por volver a reproducir ese gesto,
decide escribir su última comedia, pero no va a considerarla pronta, hasta que
logre crear un personaje que por fin la haga reír. La relación entre la
escritora y su criatura y el proceso de confección de un personaje cómico,
constituyen la trama de esta pieza. Las lecciones que el personaje recibirá y a
través de las cuáles se perfeccionará como instrumento del humor, parten del
libro "La Risa" de Henri Bergson y de la proyección de varios
fragmentos significativos del cine cómico antiguo. La atmósfera sonora remite
al Jazz característico de dichas proyecciones. El drama y el humor se
entrelazan en una relación que maneja la obsesión y la ternura.
Texto
La escritora de comedias.
(Tragedia)
NOTA 1: Se adjunta DVD con las escenas a ser proyectadas durante la obra.
* La calidad de las mismas no es la que se utilizará en la representación.
NOTA 2: Esta obra está basada en “La Risa” de Henri Bergson.
Personajes:
La escritora de comedias
El personaje
"Lo estudiaremos con la
atención que merece la vida"
Henri Bergson ("La
risa")
“—Hay muchos otros libros
que hablan de la comedia, y también muchos otros que contienen el elogio de la
risa. ¿Por qué éste te infundía tanto miedo? —Porque era del Filósofo. Cada
libro escrito por ese hombre ha destruido una parte del saber que la cristiandad
había acumulado a lo largo de los siglos. Antes mirábamos el cielo, otorgando
sólo una mirada de disgusto al barro de la materia; ahora miramos la tierra, y
sólo creemos en el cielo por el testimonio de la tierra. Cada palabra del
Filósofo, por la que ya juran hasta los santos y los pontífices, ha trastocado
la imagen del mundo. Pero aún no había llegado a trastocar la imagen de Dios.
Si este libro llegara... si hubiese llegado a ser objeto de pública
interpretación, habríamos dado ese último paso. —Pero, ¿por qué temes tanto a
este discurso sobre la risa? No eliminas la risa eliminando este libro. —No,
sin duda. La risa es la debilidad, la corrupción, la insipidez de nuestra
carne. Es la distracción del campesino, la licencia del borracho. Incluso la
Iglesia, en su sabiduría, ha permitido el momento de la fiesta, del carnaval,
de la feria, esa polución diurna que permite descargar los humores y evita que
se ceda a otros deseos y a otras ambiciones... Pero de esta manera la risa
sigue siendo algo inferior, amparo de los simples, misterio vaciado de
sacralidad para la plebe. Ya lo decía el apóstol: en vez de arder, casaos. En
vez de rebelaros contra el orden querido por Dios, reíd y divertíos con
vuestras inmundas parodias del orden... al final de la comida, después de haber
vaciado las jarras y botellas. Elegid al rey de los tontos, perdeos en la
liturgia del asno y del cerdo, jugad a representar vuestras saturnales cabeza
abajo... pero aquí, aquí —y Jorge golpeaba la mesa con el dedo, cerca del libro
que Guillermo había estado hojeando—, aquí se invierte la función de la risa,
se la eleva a arte, se le abren las puertas del mundo de los doctos, se la
convierte en objeto de filosofía, y pérfida teología. La risa libera al aldeano
del miedo al diablo, porque en la fiesta de los tontos también el diablo parece
pobre y tonto, y, por tanto, controlable. Cuando ríe... el aldeano se siente
amo porque ha invertido las relaciones de dominación... la risa sería el nuevo
arte capaz de aniquilar el miedo... Y este libro, que presenta como milagrosa
medicina a la comedia, a la sátira y al mimo, afirmando que pueden producir la
purificación de las pasiones a través de la representación del defecto, del
vicio, de la debilidad, induciría a los falsos sabios a tratar de redimir
(diabólica inversión) lo alto a través de la aceptación de lo bajo.”
Umberto Eco
Prólogo con espejo.
(En la oscuridad se enciende una pantalla. Se
proyecta en ella “El chiste más gracioso del
mundo” de Monty Python. (Track 1) Se apaga la pantalla. Se enciende la
luz. Libros. Cuadernos. Papeles desperdigados. La Escritora de comedias sentada
en una butaca de su pequeño cine personal. Se levanta. Toma un espejo. Se
contempla. Ensaya muecas. Forcejea con los músculos de su rostro. No parece conformarla
lo que el espejo le devuelve.)
La escritora de comedias: (Al espejo) Yo no sé. No sé. No sé. No sé si
esto se habrá transformado efectivamente en un problema físico o qué. No sé si
volveré a lograr algún día reproducir ese gesto. ¿Me entendés espejito
espejito? ¿Quién es la mujer más parecida a una paradoja que reflejaste? Sí.
Yo. Pero no porque lo sea, si no porque
soy la única mujer que reflejaste. Sí. Fallada. Es cierto. Tengo una falla
importante en la cara. Bah, eso lo sabe todo el mundo (burlándose) "Cada
uno tiene la cara que se merece". Pero qué falta me hace lo que me falta.
Hace demasiado tiempo ya que no sube a mi semblante...no digo la
felicidad...pero al menos un arañazo de la gracia. Sí. Es exactamente eso. Me
olvidé cómo reír. ¿Y a quién se lo estoy diciendo? A un espejo viejo. (Coloca
el espejo de manera que refleje sus escritos) A ver...¿Qué reflejan?...Para
muchos mucho. Para mí nada. Mi vida entera. Toda mi nada dedicada días y noches
a esa macacada. Con estos escritos se han reído multitudes colosales, les ha
dolido la cara, se han agarrado la panza para aliviar el dolor, se han caído de
las sillas echándose para atrás, se han ido al bar a seguir riéndose con el
recuerdo de la risa pasada y han seguido repitiendo secuencias en su mente por
el resto de sus vidas, evocándolas y volviendo a reír. Supongo que te acordás.
Yo solía reírme de mis propias ocurrencias. Mirame. Ya no. Sencillamente nada
me hace gracia. No hay criatura capaz de hacerme reír. Las comisuras de los
labios me pesan hacia abajo. ¿Ves? Durante un tiempo seguí escribiendo mis
comedias...no me mires así. De algo hay que vivir. Pero...empezó por generarme
un sutil rechazo y luego un profundo asco ver a la gente reír. Reír una y otra
vez de los mismos mecanismos. De los mismos engaños. Una noche, volviendo a
casa, pensé por primera vez: "¿De qué mierda se ríen?". Desde
entonces intento descifrarlo. Y ahí está el problema. Al intentar comprender la
risa, al ver la desnudez del mecanismo, la risa muere. No puedo contemplar una
acción graciosa, o en teoría graciosa, sin tratar de registrar en mi mente el
mecanismo que se está utilizando para provocar la risa. ¿Hace cuánto que no me
ves reír? Mis ganas de reír se fueron desgajando hasta morir, frente a la
maquinaria genial e inabarcable de la risa. Y nada nada nada me hace gracia.
Absolutamente nada. Así que acabo de tomar una determinación irrevocable. Voy a
escribir mi última comedia. Pero no voy a considerarla pronta, hasta que
encuentre un personaje que por fin me haga reír. Recién ahí, me voy a morir
tranquila. (Enciende el proyector. Se
proyecta “Le declaro la guerra” de Los Hermanos Marx (Track 2). La escritora de
comedias contempla con completa seriedad. Al finalizar la proyección apaga el
proyector contrariada.)
La escritora de comedia: (Mirándose en el espejo) Nada. Absolutamente nada.
Alumbramiento
(La escritora de comedias escribe. Compulsiva. Posesa.
Mientras tanto una luz nace en otro lugar. Tras una puerta. La escritora de
comedias escribe. Compulsiva. Posesa. Mientras tanto la luz alumbra un ser
naciente. Anodino. La escritora de comedias se acerca a la puerta y la abre.)
La escritora de comedias: (Al ser que nace) Te espera una gran tarea. (Le
entrega un cuaderno y un lápiz) Estudiaremos el tema con la atención que
merece la vida.
(El personaje mira sin el menor signo de registro de
información)
La escritora de comedias: Ah, perdón. Voy a darte entendimiento. (Escribe en un
cuaderno. El personaje ríe de pronto) Ah, ahora que entendés te reís. ¿De
qué te reís? ¿Te hago gracia? (Ejecuta posturas físicas presuntamente
graciosas. El personaje ríe con entusiasmo infantil. La escritora de comedias
mima el acto de cocinar, el personaje mira de ojos grandes. Sonríe.)
La escritora de comedias: ¿Qué te hace sonrerir?
El personaje: Te veo
cocinar, pero no veo las ollas.
La escritora de comedias: Voy a empezar por darte unas lecciones.
(La escritora de comedias invita a El
personaje a ubicarse en su pequeño cine personal. Se proyecta una escena de la
película “Blow Up” donde se mima un partido de tenis (Track 3). Al finalizar la
proyección El personaje aplaude de pie con notorio entusiasmo. La escritora de
comedias apaga el proyector)
(Breve salto en el tiempo. El personaje juega con una
pelotita imaginaria contra la pared.)
La escritora de comedias: Bien. Te escucho.
El personaje: (Deteniendo su juego y como cumpliendo con un recitado
escolar) Muchos han definido al hombre como un animal que ríe...también podrían haberlo definido como un animal que hace
reír, ¿no?... y muchas cosas, no sólo el hombre, producen risa para mí.
La escritora de comedias: Mal. Si algún animal o alguna cosa inanimada produce risa, es
siempre por su semejanza con el hombre o por el uso que el hombre hace de la
cosa. Ese perro tiene cara de triste. Esa piedra parece
una casita. Esa nariz parece un bizcocho. Ese gato se ve gracioso con el abrigo
que le tejieron...Anotá. ¿No anotás? …No entendiste. Te voy a dar más cualidades, pero no
quiero que te pases de la raya. Siempre vas a ser inferior a mí, si no, nunca
voy a reírme de vos. (La escritora de comedias escribe en el cuaderno) A
ver si podés entender esto...qué cara tonta que tenés, en vez de darme gracia
me da pena. Vamos a cambiarla.
El personaje: Ah ¿Por
qué?
La escritora de comedias: Tu voz. Tampoco me
convence...probemos. Desfile de caras y voces con la frase: "Buenos días
señora escritora de comedias".
(El personaje realiza con entusiasmo un muestrario de
caras y voces. Nada parece convencer a La escritora de comedias.)
El personaje: Estoy
cansada.
La escritora de comedias: ¿Te quejás?
El personaje: Sí.
La escritora de comedias: Seguimos.
El personaje: Insensible.
La escritora de comedias: ¡Eso! Anotá. La insensibilidad por lo general acompaña
a la risa. No hay mayor enemigo de la risa que la emoción.
El personaje: ¿No
podemos reírnos de una persona que nos inspire afecto?
La escritora de comedias: Sí. Pero debemos olvidarnos por un momento de ese
sentimiento y dejar de lado la piedad.
El personaje: ¿Hay
que ser inteligente para reír?
La escritora de comedias: En una sociedad de
inteligencias puras quizás no se llorase, pero con toda seguridad se reiría...Voy a contarte algo...tengo un problema...no puedo
reírme. (El personaje se entristece) ¿Te pone triste? Mal. Muy mal. ¿Me
querés? (El personaje asiente) Dejá de lado tu afecto. Anotá. “Asiste a la vida como
un espectador indiferente y muchos dramas se convertirán en comedia”. Mirá. Soy escritora de comedias y no consigo reírme.
Mirá. (La escritora de comedias intenta la mueca de la risa exageradamente
pero no logra concretarla. El personaje ríe.) Bien. Eso. Eso.
(Música. La escritora de comedias escribe en el cuaderno
mientras baila al compás. El personaje estudia sus notas y de pronto tapa sus
oídos)
El personaje: ¡Ja!
La escritora de comedias: ¿Qué?
El personaje: (Leyendo de sus notas y sonriendo con el hallazgo.) Basta que cerremos
nuestros oídos para que el baile parezca ridículo. Y lo mismo sucede si quitamos el objeto. Como
ya vimos con las ollas y con las pelotitas.
La escritora de
comedias: Sí. Vení. A ver que te parece esto.
(Se
disponen en el pequeño cine personal. Se proyecta a Jerry Lewis en “Orchestra”
(Track 4). El personaje no se ríe. Parece más cercano a la tristeza.)
La escritora de comedias: ¿No te da gracia?
El personaje: No. Me
da pena.
La escritora de comedias: ¿Pena?
El personaje: Él cree
que tiene instrumentos y no tiene.
La escritora de comedias: ¡No! Estás usando la emoción. ¡Estás usando la emoción!
¡Leé tus notas!
El personaje: (Leyendo de sus notas con seriedad.) “Lo cómico precisa
anestesia del corazón”...¿Yo tengo corazón?
La escritora de comedias: Sí. Yo te lo dí. Está en el cuaderno.
El personaje: Tachámelo.
La escritora de comedias: ¿Por qué?
El personaje: Quiero
reír continuamente.
La escritora de comedias: Soy yo la que se tiene que reír. No vos.
El personaje: Pero
vos tenés corazón. No se te puede tachar. Yo quiero reír mucho. Si yo riera
mucho, vos reirías también. Creo entender que la risa se contagia.
La escritora de comedias: No. No siempre. Por supuesto que ríe más estridentemente
el público a sala llena. Pero si por ejemplo viajaras en tren, y observaras un
grupo de viajeros reír a carcajadas, no necesariamente reirías. Aislado no se
ríe. Si viajaras en su grupo probablemente sí lo hicieras. Pero si no estás con
ellos no sentís la menor gana. ¿Entendiste? (El personaje asiente con la
cabeza) A ver, contame una historia sobre esto.
El personaje: ¿Cómo?
Si no viví.
La escritora de comedias: (Tomando su cuaderno y haciendo referencia a él) Yo inventé una vida para vos. Parece que no entendés.
Tomá. Buscá un recuerdo.
El personaje: Una vez
leí que un
hombre, a quien le preguntaron por qué no lloraba al oír un sermón que a todos
hacía llorar terriblemente, contestó: "No soy de esta parroquia". (Ríe)
La escritora de comedias: Sote.
El personaje: ¿No te
reís?
La escritora de comedias: No.
El personaje: ¿Por
qué? Si es Sote es buena. Es cómica. Y lo sabés. ¿Por qué no te reís?
La escritora de comedias: Consigo darme cuenta de su gracia. Sólo eso. ¿Hay alguna
otra cosa que quisieras saber? Como premio a tu buen ejemplo te voy a dar
información.
El personaje: Em...sí...sí...hay
algo muy importante que quiero saber...em...¿hay palabras terminadas en jota?
La escritora de comedias: Sí.
El personaje: ¿Cuántas?
La escritora de comedias: Sólo tres.
El personaje: Sé
dos... Reloj...Carcaj...
La escritora de comedias: Y la tercera...no te la voy a decir.
El personaje: ¿Por
qué?
La escritora de comedias: Por insensible. Y para tenerte siempre en mis manos.
Siempre vas a querer saberla y yo nunca
te la voy a decir. Así, siempre vas a ser mía. (Acercándose a la puerta) Me
voy a dormir.
El personaje: ¿Me voy
a quedar sola?
La escritora de comedias: Sí.
El personaje: ¿Dónde
estoy?
La escritora de comedias: No lo tengo decidido.
El personaje: ¿Qué sé
de mí?
La escritora de comedias: Pocas cosas. Ahí, en el cuaderno de tu vida tenés
escritos algunos recuerdos. Voy a cerrar la puerta. Es por tu bien.
El personaje: ¿Encerrada?
La escritora de comedias: Sí. Dame el cuaderno. (Escribe) Te voy a dar un
problema. Una enfermedad. Vas a estar un rato a solas con tu pensamiento. Tu
pensamiento primitivo.
Dentro I
El personaje: Doce siglos atrás…perdón, debe
hacer algo así como…un minuto, no sé
ni cómo, entré acá. Ya va a hacer por lo menos… dos horas. Y estoy aburrida. Tengo la sensación de que la
puerta está cerrada (Se acerca dubitativa a la puerta e intenta abrirla sin
éxito.) Y es una buena sensación, porque es cierta. También tengo la
sensación de que alguien me pidió que entrara acá…hace unos días, pero no es una sensación de las mejores,
porque no estoy segura de que sea una sensación cierta. No puedo
negar que me tienta un hermoso juego de palabras: cierta sensación, puede no
ser cierta. ¡Me encantan los juegos de palabras! Me gustaría además saberlos
todos. (Se dirige a la puerta, como si recién la descubriera, e intenta
abrirla sin éxito) Es que no recordaba si la puerta estaba abierta. (Intenta
abrirla nuevamente, sin éxito) Lo bueno es que
acá adentro no siento necesidades físicas, porque estar encerrada y tener
necesidades físicas, tiene que ser una de esas sensaciones… terribles, pero
en cambio estar encerrada y no tener necesidades físicas es...…(intenta
abrir la puerta, como queriendo escapar sigilosamente, sin éxito) es
increíble que alguien pueda sobrevivir
encerrado durante…
cuatro años, sin nada más que su mente. Por eso hablo. No es lo mismo pensarlo
que decirlo. Una se siente más…… acompañada. Más
loquita, pero más acompañada. Y eso que recién entré, porque calculo que a
medida que el tiempo vaya pasando, la cosa se va ir poniendo más brava ¿no?
Capaz que de tanto hablar y hablar y hablar encuentro la palabra que me falta.
Desde chica…desde hace poco
que desde siempre ando buscando una de las tres únicas palabras del castellano
que terminan en “j”, ¡ja! Es casi
seguro que ya están pensando si conocen alguna, y casi más todavía seguro que
la primera que les salió fue “reloj”. Capaz que
algún entendido se acordó de la palabra “carcaj” “¿Y eso?” Preguntará alguno.
“El cosito donde
se llevan las flechas” (intenta
abrir la puerta, con naturalidad, mientras habla, sin éxito) y dicen “cosito” porque no van a decir “el carcaj es el
carcaj donde se llevan las flechas”.
¿Y la tercera palabra terminada en “j” cuál es? (Intenta
abrir la puerta, como para salir a averiguar, sin éxito) ¡No puedo
permanecer encerrada sin saberlo! (Intenta abrir la puerta, con cierta
desesperación, sin éxito)
Un
nombre
(La escritora de comedias
abre la puerta del no lugar)
La escritora de comedias: Buen día.
El personaje: ¿Cuál es?
La escritora de comedias: ¿Lo qué?
El personaje: La tercera palabra terminada en
jota. ¿Cuál es?
La escritroa de comedias: No te la voy a decir.
El personaje: Entonces no voy a hacerte reír.
La escritora de comedias: Eso no lo decidís vos. Mi poder
sobre tu naturalez...(Tropieza con libros y cae. El personaje ríe.) ¿De
qué te reís?
El personaje: Te caíste.
La escritora de comedias: ¿Te da gracia ahora? (Se tira
deliberadamente al piso)
El personaje: No.
La escritora de comedias: ¿Por qué?
El personaje: No sé. ¿Por qué?
La escritora de comedias: Porque tuve la voluntad de tirarme.
Antes te reíste porque caí contra mi voluntad. Hubiera sido preciso cambiar el paso o esquivar. Pero por falta de
agilidad, por distracción o por obstinación del cuerpo, siguieron los músculos
ejecutando el mismo movimiento cuando las circunstancias exigían otro distinto.
Por eso te reíste. Anotá: Lo cómico es accidental.
El personaje: (Acercándole el cuaderno) Podrías hacerme distraída y te haría reír.
La escritora de comedias: Pf. El distraído ya tentó a varios.
Menalco de La Bruyere, Don Quijote, distraído en su mundo de novelas de
caballería.
El personaje: Lo leí...eh...vos decidiste que lo
había leído...pero no recuerdo si alguna vez se cayó por distracción.
La escritora de comedias: Sí. Un detalle... Una caída es siempre una caída. Pero una cosa es caer en un pozo
simplemente y otra caer por ir mirando una estrella.
El personaje: Je. Me gusta Don Quijote. ¿Qué
título le vas a poner a esta obra? ¿Mi nombre?
La escritora de comedias: No tenés nombre todavía. Y no. No va
a ser un nombre. Un nombre es título de tragedia. Pero la comedia exige otra
cosa. Un nombre genérico. Un tipo: El avaro, El jugador, ...Otelo, la
tragedia...¿la leíste?
El personaje: No.
La escritora de comedias: (Escribe en el cuaderno) Bien. Ahora sí, la leíste.
El personaje: Ah. Sí. El celoso.
La escritora de comedias: ¡No! "Otelo". Jamás podría
llamarse "El celoso". Porque el vicio es cómico. El escritor de comedias debe mostrarnos el vicio en todo su detalle, en
extremo, hasta dejar ver casi los hilos que mueven a su criatura.
El personaje: Vos tenés un vicio. (Acercándole
el cuaderno) ¿Puedo ser escritora?
La escritora de comedias: Lo voy a pensar...¿qué escribirías?
El personaje: Escribiría una obra con tu vicio.
La escritora de comedias: Ah, ¿sí? Y ¿cómo se llamaría?
El personaje: "La seria" . Y sería la
historia de un personaje que no puede reírse y que si quiere reírse una vez más
en la vida, tendrá que morir.
La escritora de comedias: No sirve.
El personaje: ¿Por qué?
La escritora de comedias: Porque soy conciente de mi vicio.
Anotá: Lo cómico es inconciente. Apenas un hombre haciendo el
ridículo advierte su ridiculez, trata de modificarse, al menos en lo externo.
El personaje: Entonces modificate.
La escritora de comedias: No puedo.
El personaje: ¿No es cómico eso? Un vicio que no
puede modificarse aunque se quiera.
La escritora de comedias: No. Es trágico. Escribí mejor una
tragedia y ponele mi nombre.
El personaje: ¿Cómo te llamás?
La escritora de comedias: Nuria.
El personaje: ¿A secas?
La escritora de comedias: ...Tengo un primer nombre...pero no
lo uso.
El personaje: ¿Cuál es?
La escritora de comedias: Petunia. (El personaje ríe) Sí.
Es ridículo, por eso no lo uso.
El personaje: Te voy a poner P.Nuria. ¡Ja!
La escritora de comedias: Es gracioso sí. Pero me lo hicieron
muchas veces. Así que ya dejó de serlo. A dormir.
El personaje: ¿Dónde estoy?
La escritora de comedias: Todavía no lo sé.
El personaje: ¿Cuándo estoy?
La escritora de comedias: Tampoco lo sé. (Cierra la puerta
del no lugar.)
Dentro II
El personaje: Sufro una terrible enfermedad, hace muchos años que
recién me la agarré. Un deseo innato de poseer las cosas completas. Una colección
de figuritas, por ejemplo. No soporto los álbumes sin llenar. Ni ese bollón de
bolitas con un espacio vacío entre la tapa y el montón. Mamá decía que me iba
comprar las bolitas para llenar el bollón, así no decía más que qué feo el
espacio transparente. Daba igual. Yo ya me había conseguido un bollón más
grande para cuando llenara ese. Ni tampoco me gustaba la colección de Julio
Verne. Pensaba que la tenía completa yo, del uno al diez, y un día papá me
trajo el número catorce, lo puse junto a los diez, lo miré de lejos, y no soporté el salto del diez al catorce. Lo
saqué del estante y lo tiré a la mierda. Uno de los días más tristes de mi
vida. (Intenta abrir la puerta, como por hacer algo, sin éxito) ¡Voy a
contar un sueño recurrente!: llueven cosas en la ciudad, no se sabe por qué,
cosas sin importancia precisa para mí, como por ejemplo… retazos de
tela. Comienzo a juntarlos y llega un momento en que no puedo cargar más. La
imagen del resto de la ciudad cubierta de retazos que yo no puedo cargar, me
hace despertar en un grito de espanto. Al menos la vigilia me devuelve un
suspiro de alivio. Esa lluvia de retazos, no sucedió en realidad, así que no
tengo por qué sentirme frustrada. Los retazos no existieron. ¿Pero y si
hubieran existido? ¿Cómo vivir con esta enfermedad? Hace ya apenas tanto tiempo
que me pasa, y pareciera mucho más, si
no fuera que es mucho menos de lo que en realidad parece. Todo se me vuelve
insuficiente. Y no se trata sólo de elementos materiales, podría tratarse de
refranes, películas por mirar, palabras terminadas en “j”, que se sabe
que sólo existen tres: “reloj”, “carcaj” y el problema
es la tercera palabra terminada en “j”…o lo que sea que
se encuentre en este mundo en más de un ejemplar.
Un
rostro
(La escritora de comedias abre la
puerta del no lugar)
El personaje: Buen día. Quería pedirte algo.
La escritora de comedias: ¿Qué?
El personaje: Una cara cómica. Quiero una cara
cómica.
Escritora de comedias: ¿Y qué es una cara cómica? ¿Querés
ser ridícula? ¿Querés ser…fea?
El personaje: No, fea no.
La escritora de comedias: ¿Cuál es la diferencia entre una
cara fea y una cara cómica?
El personaje: Habría que saber primero qué es lo
feo y..después ver qué tiene lo cómico de feo o….algo así, ¿no?
La escritora de comedias: Es difícil…Vamos a condesar el
problema, agrandando el efecto para hacer más visible la causa. Agrandemos la
fealdad hasta la deformidad y veremos cómo se pasa de lo deforme a lo ridículo.
(La Escritora de comedias realiza
una pose ridícula y El Personaje la imita)
El personaje: Imitar es divertido.
La escritora de comedias: Toda deformidad susceptible de imitación por parte de una persona bien
conformada puede llegar a se cómica. Bien. Una expresión cómica debe ser…
El personaje: Rígida.
La escritora de comedias: (Sorprendida por el acierto) Sí. Una expresión que no prometa más
de lo que da. Una mueca definitiva. Elegite una.
El personaje: Sí…pero…¿Cómo tendría que ser?
La escritora de comedias: Digamos que parezca que cristalizó
en ella toda la vida moral de una persona. Eso. Hay caras que parecen ocupadas en llorar sin descanso, otras en reír, otras
en soplar eternamente una trompeta imaginaria. Esos son los rostros más cómicos.
El personaje: Una caricatura. Nos hace reír una
cara que lleva puesta su propia caricatura. ¿Puedo mirar el televisor?.
La escritora de comedias: Sí, pero no lo prendas.
El personaje: Jajjaa. Pero me gustaría.
La escritora de comedias: Acá no se prende esa porquería. Una
mueca que se estira. ¿Probamos?
El personaje: Sí.
(El personaje realiza un despliegue
de rostros caricaturescos. La escritora de comedias contempla. La escritora de
comedias se duerme durante la muestra. El personaje constata que esté
efectivamente dormida. Sigilosa y nerviosamente, toma el cuaderno de la vida y
escribe alguna cosa. Prende la televisón y mira
un programa de entretenimientos donde el invitado es Salvador Dalí (Track 5). Ríe
mucho, pero en silencio. Apaga el televisor. Vuelve a escribir en el cuaderno.
Se mete en su no lugar y cierra la puerta.)
Dentro III
El
personaje: Lástima que justo me vine ayer para acá.
Porque iban a pasar un documental sobre mariposas. No sobre mariposas. Sino
sobre eso tan raro que tienen las mariposas, pobres. Veinticuatro horas existen
y se van. Ya es un lugar común para lo efímero. Pero es así. Esa es la mejor
metáfora. Por eso justamente es un lugar común. Porque es la mejor. Tal cual
así. Yo me siento así, pero más…explayada en el tiempo, digamos. Es una
seguridad estomacal de las más firmes. Cuando yo consiga lo que quiero. A todo
nivel digo, o sea la plenitud. Y la sienta en cada poro al respirar, en cada
fracción de aire, que ingrese al centro neurálgico de la plenitud esa que digo.
Muero. No cabe otra posibilidad. (Intenta abrir la puerta, con temor, con
tristeza, sin éxito.) La vida es corta ¿No? Pero corta ¿con respecto a qué?
La imitación
La escritora de
comedias: (Abriendo la puerta del no lugar) ¿Dormiste bien?
El personaje: ¿Sé mentir?
La escritora de
comedias: No.
El personaje: ¿Puedo saber?
(La escritora de
comedias escribe en el cuaderno de la vida.)
El personaje: Sí. Dormí perfectamente.
La escritora de
comedias: No estás durmiendo…Voy a dejarlo así. Bien. A lo nuestro. Tenés voz…Tenés
cara…algo de vida…Nos toca pasar de lo cómico de las formas a lo cómico de los
movimientos. (El personaje se mueve enloquecidamente.) Enunciaré la ley
que en mi concepto preside a todos esos fenómenos y que puede deducirse sin
trabajo: “Las actitudes, gestos y
movimientos del cuerpo humano, son risibles en la exacta medida en que este
cuerpo nos hace pensar en un simple mecanismo.”
El personaje: (Realizando movimientos
maquinales) ¡Una máquina funcionando en el interior de una persona!
La escritora de
comedias: Eso debería parecernos. Una idea es algo que
crece, rebota, florece y madura, del principio hasta el fin del discurso. Nunca
se detiene, nunca se repite. Es necesario que cambie a cada momento, porque
dejar de cambiar es dejar de existir. El gesto ha de animarse con ella. Ha de
aceptar la ley fundamental de la vida, la de no repetirse nunca. Pero si un
movimiento del brazo o de la cabeza se repite periódicamente siempre igual, si
alcanza a distraerme y si en cierto modo lo espero, tendré que reírme contra mi
voluntad.
El personaje: ¿Por qué?
La escritora de comedias:
Porque estoy en presencia de un mecanismo que
funciona automáticamente. Ya no es la ley de la vida lo que tengo adelante,
sino el automatismo instalado en ella. Es lo cómico. Vení. Sentate.
(Se proyecta “Tiempos modernos”, la escena de la
mecanización laboral (Track 6). Se apaga en proyector.)
El personaje: (Imitando a Chaplin) ¡Guau! Claro. Por eso
los gestos que no nos hacen reír, se vuelven ridículos cuando alguien los imita
o cuando se repiten. Yo puedo imitarte y convertirme en tu caricatura.
La escritora de
comedias: (Mientras La escritora de comedias habla, El personaje imita sus gestos) Nuestros estados de alma
cambian todo el tiempo y si nuestros gestos siguieran fielmente nuestros
movimientos interiores, si viviesen como vivimos, no se repetirían jamás y
desafiarían toda imitación. Pero…empezamos a poder ser imitados cuando dejamos
de ser nosotros mismos.
El personaje: ¿Qué querés decir?
La escritora de comedia:
Qué molesto eso
que hacés. Quiero decir que sólo se pueden imitar los gestos extraños a nuestra
condición de seres vivos.
El personaje: Pensé algo.
La escritora de
comedias: A ver…
El personaje: Dos caras. Ninguna de
las dos hace reír por sí misma. Juntas hacen reír por su parecido.
La escritora de
comedias: Ah, pensé que habías pensado. Eso lo leíste. Es de Pascal, que también
advirtió que los gestos que de por sí no son ridículos inspiran risa por su
repetición.
El personaje: Bien. Nuestra comedia
deberá tener entonces…repeticiones…gestos recurrentes…escenas donde se
inviertan papeles…palabras que se repitan periódicamente…podría ser la tercera
palabra terminada en jota…
La escritora de
comedias: ¡No! Estás pensando demasiado. Yo escribo la comedia. Escribí tu tragedia si
querés.
El personaje: ¡Esto ya lo viví!
La escritora de comedias:
Ah qué
cansancio. A dormir.
El personaje: Te estás olvidando que
yo….(La escritora de comedias cierra la puerta del no lugar) bueno…a
pensar.
Dentro IV
“¿Y
el tema cuál es?”. Eso me decía siempre mi madre. Que cuál era
el tema ese del que yo hablaba siempre. Porque hablara de lo que hablara yo
siempre hablaba del mismísimo tema, parece. El tema es qué se hace con todo
eso. ¿Dónde se mete? ¿Cómo se deja de lado a diario? ¿Por qué tipo de certezas
de papel se intercambian las cuestiones hondas, las de piedra? Una las guarda
en una estantería, en la que deposita todo lo que por el momento, podría
empañarle la felicidad. Pero es mentira que una se olvida por completo de esa
estantería mientras va viviendo. Y esos recordatorios, fugaces aunque sea, son
justamente lo que no la deja a una ser plenamente dichosa. Aunque sea tan lindo
decir que una es dichosa. Entonces ¿para qué y cuándo es que se guardan? ¿Y
cómo se hace para que no vengan? ¿Y cómo se digiere la farsa si no vienen? ¿Y
en todo caso, qué utilidad tendría desenmascarar la existencia? ¿Y si la
desenmascararan qué? El tema seguiría siendo siempre qué se hace con todo
eso.
(Cuando el personaje se
dirige a intentar abrir la puerta La escritora de comedias abre la puerta del
no lugar.)
Un disfraz.
El personaje: ¿Sos feliz vos? ¿Cuánto
pensás que dura la existencia? ¿En relación a qué la medís? ¿Cuánto hace que
existo? ¿Existo? ¿El hecho de que sea una invención de tu mente me hace
inexistente o es otra forma de existencia? ¿Cuándo voy a ser feliz yo? ¿Cuando
encuentre la última palabra terminada en jota? ¿Ahí? ¿Ahí sí? ¿Y vos cuándo?
¿Cuándo encuentres la risa?
(La escritora de
comedias escribe.)
La escritora de
comedias: Listo. Ya te puse en el cuaderno. Leíste a Sartre, no preguntes más.
El personaje: Pero Sartre no da
respuestas.
La escritora de
comedias: …Buen punto….tenés razón.
(El personaje asombrado
baila de emoción y baila y baila y baila y saca a bailar a La escritora de
comedias que se niega.)
El personaje: Dale, ¡es divertido! Y
si te tapás lo oídos y me ves es más divertido todavía.
La escritora de
comedias: (Tapándose los oídos) Me parece una ridiculez.
El personaje: (Aún bailando) A mí me gusta.
La escritora de
comedias: (Escribe en el cuaderno de la vida) Ya tenés sentido del
ridículo. (El personaje para de
bailar y se averguenza.) Ahora que te miro bien. Un detalle no menor. Tu
indumentaria.
El personaje: ¿Ropita?
La escritora de
comedias: Sí, (imitándola) Ropita.
El personaje: Jaja Qué graciosa sos.
La escritora de
comedias: ¿Te gusta la ropa?
El personaje: ¡Sí! ¡Las revistas de
moda!
La escritora de
comedias: Bien, te tengo una noticia: Toda moda es ridícula.
El personaje: No, la moda es bella.
La escritora de
comedias: La de tu época, la actual, porque nos acostumbramos a ella y parece formar
parte de nuestro cuerpo. Pero...cuando la incompatibilidad entre la envoltura y
el objeto envuelto se vuelve profunda, diremos que la persona se disfraza.
El personaje: Se...como si toda
vestidura no fuera un disfraz.
La escritora de
comedias: ¿Qué modales son esos? Voy a borrar esos humos del cuaderno de tu vida (intenta
borrar)...no puedo borrar...qué cosa más rara...
El personaje: Sigamos con el tema de
mi ropa.
La escritora de
comedias: (Extrañada y no muy convencida) Sí, sigamos.
El personaje: ¿El uso amortigua lo
cómico?
La escritora de
comedias: ¿Cómo?
El personaje: Se me figura que a fuerza de repetir una indumentaria se amortigua su
efecto cómico. Me pareciste cómica la primera vez que te vi. Ahora ya no. La costumbre.
¿No? Así que, me gustaría cambiarme de ropa todos los días. Ya sé que es raro
que los personajes de una obra de teatro se cambien de ropa, pero quiero
hacerlo.
La escritora de comedias: Acá no interesa lo que vos quieras.
El personaje: Uy qué malísima. Deberías pintarte
el pelo..de rubia...jajajaj....¿Por qué me da gracia eso? Te imagino y me da
gracia.
La escritora de comedias: (Visiblemente alterada) ¡No sé! Hay una lógica de la imaginación que no es la lógica de la razón y que
hasta suele estar peleada con ella. A ver...un ser que se disfraza es una
figura cómica.
El personaje: Pero también lo es un hombre que
parece disfrazado.
(La escritora de comedias intenta
borrar nuevamente algo del cuaderno de la vida. Sin éxito)
La escritora de comedias: Sí...Por consecuencia será cómico todo disfraz. Vamos a vestirte.
El personaje: ¡Bien! (Baila)
(Se realizan pruebas de vestuario,
durante las cuales El personaje se muestra visiblemente emocionado.)
La escritora de comedias: ¡Por favor! ¿Podrías parar de bailar
y quedarte un poco quieta? Criatura indomable, insoportable, arrancaría todas
las páginas de tu cuaderno y te convertiría en nada. Maldita la hora en que
decidí inventart... (estornuda)
El personaje: Jajajaja.
La escritora de comedias: ¿Por qué mueve a risa un orador que estornuda en el momento más patético de
su discurso?
El personaje: ...Por un brusco pasaje de nuestra atención de la moral al cuerpo...
(La escritora de comedias la mira
detenidamente con el mayor extrañamiento)
La escritora de comedias: Sí...exacto...demasiado exacto...Por
eso el poeta trágico intenta evitar todo lo que pudiera atraer nuestra atención
hacia el cuerpo del personaje. Por miedo a la infiltración cómica.
El personaje: Por eso los héroes trágicos nunca se
sientan. Sentarse nos haría recordar que tienen un cuerpo.
La escritora de comedias: Estás pronta.
(En su indumentaria
quedó en el sombrero, sin que ninguna lo advirtiera, la pluma con la que La
escritora de comedias escribe.)
El personaje: ¿Qué soy?
La escritora de comedias: Una ridiculez.
El personaje: ¿Qué profesión tengo? ¿A qué me
dedico?
La escritora de comedias: No lo pensé. ¿No querías ser
escritora?
El personaje: No sé. De eso también depende que
sea más o menos cómico mi atuendo. Pensá en un juez de pollera corta, un
jugador de fútbol con medias de red, un..
La escritora de comedias: ¡Ya entedí!
El personaje: Bueno, pensá qué soy y cómo hablo.
La escritora de comedias: ¿Cómo?
El personaje: No sé, ¿Cómo?
La escritora de comedias: No sé.
El personaje: Digo, un orador tartamudo...por
ejemplo..
La escritora de comedias: Sí..sí...estás pensando mucho.
Mejor dormir. Mañana veremos.
El personaje: Pero pensalo, ¿sí? En el ritmo de la
palabra reside casi siempre lo destinado a completar el ridículo total. (Repite
la frase anterior varias veces a distinto ritmo.) Vos pensalo.
La escritora de comedias: Hasta mañana.
El personaje: (Aparte) Si no, lo voy a
pensar yo.
Dentro V
El
personaje: Yo voy
a preguntarle a alguno que pase.
Porque a fin de cuentas ¿hace ya cuanto que estoy hablando sola? (Intenta
abrir la puerta, convencida, sin éxito) Igual me gusta charlarme. Y sí.
Total que yo soy escritora también, pero nunca puedo escribir, porque no me alcanza. Las letras. Yo al que le
escribía era a Alberto. Lo que pasa que Alberto creía que no lo quería. Porque
yo siempre lo recibía mal. Medio mal bah, como sin ganas. Y esa es la verdad.
Entonces lo que pasa es que yo escribía mientras Alberto demoraba. Porque Alberto
siempre demoraba. Y yo agarraba y lo escribía y se lo pinchaba en la puerta,
con una chinche, del lado de afuera: y justo acá tengo alguno, porque como
recién vine como que se conservan bien todavía… y eso que han pasado los años (Saca
un papel del bolsillo y recita en voz alta):
“La
espera. Fatídico acontecimiento diario. El tiempo muerto entre la hora en que
uno se entusiasma. Y ordena la casa. Lava. Limpia. Coloca en su lugar. Se baña.
Se dispone. Con la sonrisa más nueva y el abrazo más pronto. Y la hora en que
sucede el suceso. Que no es jamás la hora señalada. Se distrae la risa en ese
tiempo. Se entrevera en el polvo, que ya vuelve a nacer sobre la biblioteca. El
mundo entra dentro de uno, a través de
una copa. Que estaba reservada para dos. La ciudad como siempre. Y uno anclado.
Por si llega ahora. Por si llega. En este preciso segundo. Y no. Los segundos
no cuentan en la espera. Siempre es más que segundos. Y tristeza”.
Triste y lindo ¿no? ¿Uno más? Y sí, yo no me voy a
conformar con uno. Ya me está dando la lástima de que no haber traído más. Yo
qué sabía…
porque yo tengo en casa más, y acá no, igual no tengo tantísimos más como quisiera haber escrito, pero ahí va
otro:
“Es
la hora señalada. La de morir de nariz contra la ventana. La de dejar enfriar
el café con leche. La hora en la que se desempaqueta el regalo, que se había
preparado y se coloca sobre el escritorio, como un adorno, que uno se compró
nomás, por regalarse algo, de vez en cuando. Esa hora en la que hay que salir
de la postura física expectante. La hora en la que uno finalmente, abre la
puerta con amargura. Como si no le hiciera bien esa presencia”.
Y Alberto no entendía nada. No es ese tipo de tipo que se conmueve con letras. ‘’Él
llegaba, arrancaba el papel, sonreía como diciendo “qué
pesada”, se
mordía el labio inferior y decía “siempre la misma”,
arrugaba el papel, lo tiraba a la basura y se iba. Se iba enojado, gritándome que no lo quería.
Así son los hombres, aunque ellos digan que que así son las mujeres. Y nunca se
me ocurrió explicarle que lo que me molestaba era que llegara siempre tarde,
que eso me hacía completamente infeliz y que por eso siempre lo recibía mal. Y
porque lo lindo está en que él se dé cuenta solo. Porque yo me doy cuenta sola
de las cosas. (Intenta abrir la puerta sin éxito)
Me doy cuenta que esta puerta está cerrada…y no es tan sencillo
darse cuenta de eso (intenta abrir la puerta, como para demostrar
lo que dice, sin éxito) porque varias veces me paré ya para
comprobarlo, y ahora me parece que sí, que me doy cuenta, aunque nunca se llega
a saber ¿no? Además el tiempo pasa rápidamente lento. El tiempo… la hora…Cuestión
que un día mi amiga insistió en que era lo mejor, y yo por mi amiga, me fui a
decirle Alberto todo. Lo que sigue lo cuento en tercera persona porque no
quiero que se parezca a un recuerdo:
(Adopta una actitud de narradora de historias) Cuando
ella llegó corriendo a la esquina de su apartamento, Alberto esperaba en la
puerta. Por primera vez había llegado antes que ella. Por fin lo había hecho.
Por fin lo había comprendido todo. Ella lo miró mientras caminaba lentamente
hacia él. Cada vez más lentamente. Alberto miraba hacia la otra esquina, sin
advertir su presencia. El rostro de ella, fue un pasaje en cámara lenta, de la
boca abierta del asombro, a la boca apretada de la sonrisa satisfecha, a la
boca entreabierta y caída de la seriedad y el miedo de sentir lo inesperable.
Baldosas antes de Alberto, ella supo cristalinamente que no lo quería. Que de
verdad no lo quería. Que los retrasos de Alberto, simplemente habían dilatado
el asunto. Se dio vuelta y corrió. Nunca más volvió a verlo. (Intenta abrir
la puerta, como si su función de narradora hubiera terminado y fuera hora de
irse, sin éxito)
Capaz
que corrí tanto que me llegué hasta acá. No sé. A veces me parece que la cabeza
me corre más veloz que los pies. Capaz que ahora en un rato pasa a buscarme mi
cuerpo y ya me voy. Total, no hace tanto que estamos y está linda la charla
¿no?
Humildes marionetas cuyos
hilos
están en manos de la necesidad.
La escritora de comedias: (Abriendo la puerta del no lugar) Hola
El personaje: Escritora quiero ser. Definitivamente sí.
La escritora de comedias: Bueno (va a escribir, advierte que no tiene la pluma,
lee algo en el cuaderno y se detiene pasmada)
Ya lo dice...
El personaje: ¿No recordás haberlo escrito?
La escritora de comedias: No.
El personaje: Estarás escribiendo dormida...
La escritora de comedias: A ver... asomate.
(Se desarrolla una secuencia de golpes de guiñol)
La ecsritora de comedias: Hoy hablaremos de teatro, empezaremos por el guiñol. Cuando el comisario se aventura a presentarse en escena
recibe al punto, como es natural, un
garrotazo que lo tumba en el suelo. No bien ha logrado incorporarse, vuelve a
caer de un nuevo garrotazo. Vuelta a levantarse y vuelta a caer. Vuelve a
levantarse y vuelve a caer. Al compás uniforme de un resorte que se estira y se afloja, que se estira y se
afloja. Cae y se levanta el muñequito ante la creciente hilaridad de los
espectadores. Ahora pensemos en un resorte
moral, una idea que se expresa y después permanece un instante como aplastada y
torna a renacer.
El personaje: (Desde el piso. Fatigado) ¿Cuál es la última palabra terminada en "j"?
La escritora de comedias: No te la pienso decir.
El personaje: ¿Cuál es la última palabra terminada en "j"?
La escritora de comedias: No te la pienso decir.
El personaje: ¿Cuál es la última palabra terminada en "j"?
La escritora de comedias: No te la pienso decir.
El personaje: ¿Cuál es la última palabra terminada en "j"?
La escritora de comedias: No te la pienso decir.
El personaje: ¿Cuál es la última palabra terminada en "j"?
La escritora de comedias: (Tapándole la boca a El personaje) No te la pienso decir. Una fuerza que se obstina y otra
que la combate. Hemos salido del guiñol y hemos entrado en la comedia. Tomemos
la idea del resorte que se afloja y torna a estirarse. Extraigámosle lo
esencial y tendremos uno de los procedimientos usuales de la comedia clásica.
El personaje: La repetición.
La escritora de comedias: Repetilo.
El personaje: La repetición.
La escritora de comedias: Repetilo.
El personaje: La repetición.
La escritora de comedias: Repetilo.
El personaje: La repetición. Jajajaj. Me da risa
La escritora de comedias: El absurdo. Lo mecánico en lo vivo. Una idea fija.
El personaje: ¿Y cuál es?
La escritora de comedias: ¿Lo qué?
El personaje: La última palabra terminada en "j"
La escritora de comedias: ¡¡¡¡No la séeeeee!!!!!
El personaje: Ah jajajajajaj ¡No la sabés! ¡No la sabe! ¡No la sabe!
La escritora de comedias: ¡No soporto que te rías más!
(El personaje entristece inmediatamente y se
genera un silencio tenso)
La escritora de comedias: No hay escena real, escena seria y hasta trágica, que no
pueda ser llevada por la fantasía hasta lo cómico con sólo evocar esta sencilla
imagen: que detrás de la aparente libertad hay un juego de
fantoches. Que somos, como dijo el poeta...
Juntas:
Humildes
marionetas cuyos hilos, están en manos de la necesidad.
La
escritora de comedias: Hablando de hilos. Vení
(Se disponen en el pequeño cine. Se proyecta “Espantapájaros” de Buster
Keaton. (Track 7) La escena de la cena. Se apaga el proyector.)
La
escritora de comedias: ¿Bailás?
El
personaje: (Extrañado) Sí.
(Se
desarrolla un baile donde La escritora de comedias oficia de ejecutante de los
movimientos que El personaje realiza a modo de marioneta. Paulatinamente El
personaje pasa a dominar los movimientos de La escritora de comedias. Cuando
ésta lo advierte se sale bruscamente del juego.)
La escritora de comedias: Esto no puede ser. ¿Dónde está la
pluma?
El personaje: No sé. ¿Para qué la querés?
La escritora de comedias: La quiero
El personaje: Yo también la quiero
(Buscan desesperadamente la pluma,
que está en el sombrero de El personaje)
La escritora de comedias: No la busques.
El personaje: La busco sí, porque soy escritora. Y
la quiero.
La escritora de comedias: (Empujándola dentro del no lugar) Pero no te corresponde. Esta
historia la estoy escribiendo yo.
El personaje: Yo también escribo esta historia...(La
escritora de comedias cierra la puerta del no lugar.)
Dentro VI
El personaje: Doce siglos
atrás era diferente, pero no me acuerdo bien, porque era chica yo. Lo que sí me
sigo acordando es de las películas esas, de cubos. Y sobre todo de las puertas.
(Intenta abrir la puerta, sin éxito) No de las como esta, sino de las
que se abren, que son como esta en cierto modo, porque se abren, pero para
volver, o no salir de ningún lado. Pero feo, feo, feo, es que no se toca fondo,
fin. Como en un sueño: ¡Ahora me doy cuenta, yo a este sitio ya me lo conozco,
de los sueños!
Siempre que me despierto recuerdo el sueño. Más que
el sueño, lo importante es que recuerdo, que estaba soñando con un lugar que ya
había visitado en sueños. La pregunta es: ¿visité ese sitio en sueños
anteriores, o ese sueño trae incluido el recuerdo de haber visitado antes ese
sitio, sin haberlo hecho en realidad? Porque los sueños suelen traer
sensaciones incluidas. Uno en sueños puede conversar con un perfecto extraño,
con certeza de conocerlo de toda la vida, hasta con certeza de que ese tipo es
la madre de uno. Cuántas veces alguien se incorporó diciendo, algo así como,
“soñé que estaba en mi cocina, pero no era mi cocina, era el quiosco de
revistas y estabas vos pero eras una tía mía que murió hace años.” “Ese día
debés haber estado pensando en tu tía”. Se burlaba mi madre. “Es un ejemplo”.
Siempre decía yo. “Pero por algo pusiste el ejemplo de tu tía”. Y la discusión siempre se iba por carriles
freudianos y nunca se llegaba a conversar del tema que a mí me perturbaba.
Nunca. Salvo momentos de brillantez, individual o colectiva, en que alguna
arañaba la verdad y hasta creía comprenderlo todo. Pero cuando quería
compartirlo, poniéndolo en palabras, se esfumaba, como si nunca hubiera existido.
No se volvía a llegar ni cerca de la verdad. Y quién iba a creerle a una que de
verdad lo había visto todo. Aunque en el fondo, a todos les había pasado alguna
vez lo mismo. Pero claro, todos preferían creer que eran el único que de verdad
lo había visto todo. (Intenta abrir la puerta, desconsolada y sin éxito) ¿Yo dije recién que me
despierto y recuerdo un sueño? No, está
mal, quiero decir, me despertaba, porque
ahora que ya casi me acuerdo que ya no me duermo. Bueno, eso no es malo
si hace menos de un día o dos que ando por acá. ¿Pero si hace mil? Bueno, capaz
que no es malo tampoco. Total que sueño no tengo. Y la que sí que no entendía
cómo hacía yo para dormir con mi enfermedad era mi madre. ¿Qué me hacía posible
dormir? La tranquilidad de poder inducir, de una serie cualquiera de
acontecimientos, más allá de su orden cronológico, un axioma: da igual lo que
sea que sea la muerte. Todos seremos desenmascarados. Aunque la muerte sea
nada. O la nada sea precisamente eso. (Intenta abrir la puerta. Sin éxito)
(En el mismo momento la Escritora de comedias dice la
frase que sigue a coro con El personaje.) Siempre aparecerá un rastro de lo que no queríamos ser y sin embargo
fuimos.
Ese tipo de tranquilidad, me permitía no morir, de
culpas. Aunque cierto es que yo me preguntaba si de verdad dormiría. Al fin y
al cabo, no podía afirmarlo de ninguna forma. Al despertar, recordaba casi
intactos los sueños. Segundos más cerca de la muerte, ya no era posible definir
si efectivamente había soñado, o recordaba lo que pensé despierta, pensando en
lo que habría soñado. Ahora que pienso… ¿No dudaba en el fondo de la idea
acerca de la muerte? Es decir, que la culpa no se habría esfumado y yo no
habría vuelto nunca a conciliar el sueño. Sí, pero yo, no estaba dispuesta en modo
alguno a escuchar más hipótesis acerca de la muerte. La muerte era así, como yo
creía. Y la culpa, que se quede a vivir tranquila ahí, donde sea que alquile
pieza, cerca de la barriga. Porque el tema no es la culpa común, la de todos.
El tema es más sofisticado: es la culpa de imaginar, que llegada la muerte, las
culpas calladas con que hemos ido rellenando los rincones del cuerpo,
preparados de antemano para más de un montón de faltas previstas para cada ser
humano, sean conocidas por todos llegada la muerte. Esa pavada nomás, no me
dejaba dormir. (Intenta abrir la puerta, sin éxito. Al no poder
abrirla queda escuchando el afuera de oreja pegada a la puerta)
El equívoco
La escritora de comedias: (Angustiada. Desesperada. Al espejo) Ella es para mí...lo más preciado. Mi vida entera es
ella. ¿Entendés? La única. Si yo llegara a perderla para siempre, mi
desconsuleo sería tal...tal...tal...tal vez merezca perderla....Sí...por
cruel...por desagradecida...la cosa más bella...la razón de mi ser...que aunque
complique por momentos mi existencia me da las más grandes satisfacciones de mi
vida...Si la pierdo ..(Abre la puerta.
El personaje salta sobre ella y la abraza apretadamente.)
El personaje: ¡Jamás
me perderás!
(La escritora de comedias se deshace con asco de ella
tirándola al suelo.)
La escritora de comedias: ¡No hablaba de vos!
El personaje: Ah..¿no?
La escritora de comedias: ¡Hablaba de la pluma!
El personaje: (Entristecido) Ah...ah...ah...ja
ja ja ....jajajajaja....jajja...ja ah..ja yo creí que...hablabas de ...pero
hablabas...de jajaja ...jajajja
La escritora de comedias: ¡El equívoco! He ahí un genial mecanismo de la comedia.
Cuando un personaje cree estar frente a una situación determinada pero
realmente se encuentra inmerso en algo muy alejado de la situación que
imaginaba. ¿Donde estará esa puta pluma?
El personaje: Lo que
importa no es que perdiste la pluma. Perdiste la risa. Eso importa.
La escritora de comedias: Sí. Claro. De eso se trata todo esto. ¿Pero dónde estará
la puta pluma?
El personaje: (Sacando la pluma del sombrero y ofreciéndosela) Acá.
La escritora de comedias: El objeto preciado perdido que estaba delante de las
narices.
El personaje: ¿No ves
que de tanto descifrar y hacer teoría se te escapó la alegría y que capaz que
no vuelve?
La escritora de comedias: Sí, idiota, sí. Lo veo.
El personaje: Nunca
te voy a hacer reír, porque vos nunca vas a mirarme desde ahí. En las azoteas
de la teoría no se ríe. Se ven las calles lejos y parece que uno no formara
parte de la ciudad. Tendrías que saltar para llegar de nuevo ahí. Pero no
llegarías viva.
(El personaje se mete por voluntad propia en el no lugar
y habla desde la puerta. Mientras tanto La escritora de comedias intenta con
desesperación borrar cosas del cuaderno. Sin éxito.)
El personaje: Esa es
tu puerta. Que no se abre. Tu fondo es el mismo que el mío. ¿Cuál es la tercera
palabra terminada en jota? (La escritora de comedias busca en el cuaderno) No
está. No la sabemos. Algo nos falta. Y la mala noticia es que algo va a
faltarnos siempre. No podés completarme a mí. Porque no podés completarte a
vos. Porque perdiste una parte. Porque perdiste el juego. Porque cuando dejaste
de reírte te habías muerto.
(El personaje se
mete en el no lugar y cierra la puerta.)
Dentro VII
La escritora de
comedias y El personaje: Y ahora que capaz que también además la muerte es esto.
¿Y qué? Puede ser ¿y qué? Sí, si yo ya estoy charlando en pasado. ¿Y qué? Sí
..estoy asustada (intentan abrir la puerta) ¿y qué? Y capaz que mejor
que esté cerrada la puerta, mirá si hay guerra afuera… y capaz que es blindado esto y no le
pasan ni las balas, ni los tanques, ni nada nuclear, ni nada y sobrevivo
¿Y qué? Y me trajeron acá para salvarme.
Siempre es mejor pensar que más vale lo que uno tiene. ¡Para salvarme me vine
yo acá! Gran parte de mi vida me perdí acá adentro yo. Pero me salvé ¿Y qué? Y
afuera no quedó nada y yo sí, yo quedé. Y eso es buenísimo. Porque afuera
estaba la guerra, que si no estalló no importa, porque era la guerra igual,
aunque no haya estallado es la guerra igual. Y ahora nomás, en cinco años me van avenir a buscar para… no, capaz que no, porque explotaron… pero me van a venir a buscar ya, en
doce siglos me vienen a buscar para ir para allá otra vez y…(intentan abrir la puerta y la puerta
se abre) y yo no voy. Porque faltan cosas allá. Y acá, hace un larguísimo
instante, que lo tengo todo. Todo. Porque en la soledad de mi mente, está todo.
Porque no preciso a la gente. Que se ríe de todo. Porque yo soy mejor que
ellos. Porque pienso. Y yo prefiero así. Porque yo sé que si me quedo quietita
y le dedico otros doce siglos a eso, yo lo voy a entender. Todo. Así que que se
cierre nomás.
(Luego de un
silencio. Intentan abrir la puerta y constatan que está cerrada
nuevamente) Menos mal, porque yo en mi mente lo tengo todo y soy feliz.
Porque con el paso del tiempito lo voy a poder comprender. (Intentan abrir
la puerta arrepentidas, sin éxito) ¿Y qué? Si tengo todo. En mi mente. Todo…(Tironeando desesperadas la puerta,
que no se abre.)¡Menos la tercera palabra que termina en jota! (La
escritora de comedias desesperada intenta borrar algo del cuaderno. El
personaje intenta abrir la puerta. Presa de la impotencia La escritora de
comedias arranca de cuajo las hojas del cuaderno. Al mismo tiempo El personaje
abre la puerta. Se miran detenidas un segundo. La escritora de comedias
aferrada a las hojas y El personaje aferrado al pestillo. Tras unos segundos
detenidos El personaje se disuelve. La escritora de comedias ríe alto y
triunfante. Su risa se congela de repente. Parece darse cuenta de algo de vida
o muerte. Lee las hojas que tiene en la mano. Y
se disuelve).
(Apagón).
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